domingo, 31 de octubre de 2010

Simplificar por dentro y por fuera

Me puse a reflexionar sobre los tantos cambios que le he hecho a mi apartamento en los últimos años. He votado muebles, regalado otros, comprado algunos y cambiado otros de lugar. Aunque no lo había racionalizado, hoy sé que esos cambios fueron el reflejo externo de un proceso que empezó por dentro. Quería encaminar mi vida por senderos distintos, más equilibrados, más serenos, y más simples.

A finales de agosto, hice el último cambio en el apartamento: me deshice del  piano que tanto quería, pero que ya no tocaba. Lo vendí para transformar el espacio que éste ocupaba en un pequeño santuario donde escribir, y para usar el dinero para abrir una cuenta de ahorro con propósito de tomar un año libre del trabajo y dedicarme a otros proyectos.

A través de este  proceso de simplificación interno y externo me he deshecho de mucho bagaje físico y emocional. He dejado de hacer todas aquellas actividades que eran más decorativas que esenciales. Hoy tengo más espacio en casa, y una vida más tranquila. Aunque parezca un proceso simple, no lo fue, todo esto vino a ser tras una dolorosa separación que me dejo hecha polvo. Logré sobreponerme gracias a  mi naturaleza batalladora,  innumerables sesiones de terapias y el apoyo de amigos entrañables y de familiares.

Esta tarde pensaba yo sobre todo aquel proceso, y se me ocurrió que el apartamento y yo sufrimos transformaciones paralelas. Mientras pensaba en ello, una imagen se me clavó en el pensamiento. Visualicé la vida como una especie de caja. Una  en la que debe caber  todo lo que somos y queremos ser, y todos aquellos que son importantes para nosotros.

Pensé entonces que la caja debe estar en orden. Todo debe tener su lugar y su función para que la experiencia sea más plena y la carga más liviana. Todo debe ir acomodado en su debido y merecido lugar, especialmente las personas que amamos. Ellas necesitan su espacio para que sepan que son importantes para nosotros y que las valoramos. Es terrible relegarlas al tope de la caja, casi a punto de caerse de ésta por falta de espacio.

Es importante simplificar la caja para no ir cargando con lo que ya ha dejado de contribuir, de una manera u otra, al todo que es nuestra vida. No vale la pena distraernos con cosas que cuyo único propósito es  hacernos la carga más pesada, e impedirnos vivir plenamente. Por el contrario, enfoquémonos en lo esencial, y en las personas que verdaderamente valen la pena porque son el motor de nuestra existencia.

jueves, 28 de octubre de 2010

La rueda del tiempo

El tiempo es una rueda que gira sin cesar sobre su eje, que no no llega a ningún lugar, y que le pone limites a nuestras ilusiones.

Es una fuerza imperceptible que fluye monátonamente,  apropiándose  sueños, juventud y ganas. Y en él vamos pasando, mas él no pasa. Sin prisa va girando en un infinito transcurrir que no conduce a ningún lugar.

martes, 26 de octubre de 2010

Despidiendo a Súper Bloomberg

Hará unos dos años que levanté mi voz de alarma ante la propuesta de Bloomberg de extender el período de gestión del alcalde de dos a tres términos.

La que fuera en aquel entonces, sólo una propuesta, hoy es la ley. En aquellos tiempos de campaña electoral se hizo evidente que Bloomberg se creía un "Superman" cuya misión era salvar la gran metrópoli de un mayor descalabro económico. El Súper Bloomberg no vaciló en desplegar todos sus súper poderes en "el rescate" de la ciudad y su empeño por convertirse en alcalde por un tercer término.

Tras haber mancillado la voluntad de los votantes con su firma autoritaria,  Bloomberg propone ahora llevar la duración del término de gestión del alcalde a las urnas para que sean los votantes los que decidan.  ¡Qué cojones tiene Súper Bloomberg!  ¿Es que se le olvidó que los votantes ya habían expresado su opinión al respecto en los años noventa? Los votantes decidieron que dos términos eran suficiente,  aun para la más ambiciosa de las plataformas políticas pero eso no protegió de un tercer mandato de nuestro Bloomberg.

Se me hace increible cómo manipuló el sistema para saciar sus ansias de poder, aunque fuera necesario anular la decisión del electorado, y ahora quiere con su carita bien lavada, decide que la cuestión debe volver a votación. ¡Hábrase visto!  Los votantes han de estar preguntándose, si  su voto significaría algo, ya que tenemos el precedente de Bloomberg; no hay nada que evite que otro político ávaro pueda descartar el voto de miles tan sólo con firma.

Súper Bloomberg se prepara para dejar el ayuntamiento en unos dos años. Me imagino que se va complacido por habernos salvado de lo peor de la crisis con su intervención casi mesiánica -claro según él. No cabe duda de que ésta es una digna salida para nuestro Súper Bloomberg!

viernes, 22 de octubre de 2010

El precio de la desnudez

Tendría yo unos doce o trece años la primera vez que me rasuré las piernas. Así se inició una larga, costosa y dolorosa lucha contra el vello.

Unos años más tarde empecé a depilarme. Confieso que lo habría hecho mucho antes, pero no hay libertad sin independencia económica, así que tuve que  que esperar hasta obtener el primer trabajo que me permitía esos excesos.

No puedo dejar de contarles una anécdota que me ocurrió en mi afán de lucir una piel desnuda de vello.Resulta que vi un comercial en la tele sobre una cera maravillosa que funcionaba sin calentarse. Y me dije, "eso es exactamente lo que necesito. Así no se me irritará la piel." Pedí la bendita cera por teléfono, y en unos días ésta llegó a mi puerta.

Extraje el contenido, y puse mano a la obra. ¡Qué Inocente era yo entonces! Imagínense que  pensaba que sería todo tan limpio, tan fácil y tan indoloro como lo había visto en la pantalla. ¡Ese era el punto del comercial! ¿No? Los publicistas son genios y los mejores manipuladores que conozco. La chica del comercial salía del baño envuelta en una bata, y con una sonrisa despampanante.  A juzgar por su cara el proceso no dolía en lo absoluto, y yo caí redonda en la trampa.

Me puse cómoda y preparé todo: la cera, la tela y el aplicador.  Esparcí la cera sobre un área de la pierna. Coloqué la tela y tiré de ella. El primer intento fue fallido, pues la cera era muy espesa y yo había aplicado demasiado a la piel. Además, al tiral de la tela, lo hice muy suavemente, y no resultó. Volvía leer las instrucciones. Retiré la cera aplicada, y ésta vez esparcí una capa mucho más fina. Al tirar de la tela, lo hice con mucha fuerza y de golpe.

No se podrán imaginar el dolor que sentí.  La piel quedo libre de vello, pero sembrada de hematomas pequeños. Me fue tan mal, que abandoné la empresa en ese mismo instante,. Le puse la tapa a la cera y la dejé  relegada en un gabinete del baño. La piel ardía en llamas, le apliqué agua fría, sávila, todo cuanto se me ocurrió buscando un poco alivio. Me bastó esa experiencia para buscar la ayuda de un profesional. Y, así religiosamente, lo he hecho por años.

El otro día agarré una calculadora y me puse a sacar cuentas de cuánto dinero he gastado en la eliminación temporal del vello, y la suma me causó escalofrío. Es cierto que he lucido piernas libre de vello, pero también es cierto que cada tres o cuatro semana debo repetir el tratamiento. No estoy orgullosa de haber gastado esa astronómica suma en algo tan banal, pero tampoco quiero vivir con las piernas sembradas de vello.¿Qué hacer entonces?

Me puse a investigar sobre el costo y los efectos del láser en la piel. Encontré que es costoso, doloroso pero relativamente inofensivo a la salud. Hasta ahora es la mejor solución para el vello no deseado, aunque su efectividad no es al cien por ciento.

La decisión está tomada: me someteré a otra tortura más con tal de dejar la piel libre del monstruo que le roba su desnudez.

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Venus de Urbino  de Tiziano

lunes, 18 de octubre de 2010

Melancolía

¿Qué me pasa? Todo va bien… y sin embargo, hoy estoy triste. Un tanto desanimada. Me provoca quedarme en cama, pero no. 

Mejor me levanto. Son las 4:55 de la mañana. ¡Qué pereza! Me quedo acurrucada cinco minutos más…Me doy media vuelta, y cierro los ojos por un instante,... los abro... shit! Son las seis de la mañana. 

A la ducha a tientas...

En unos minutos estoy frente al espejo, vestida todo de negro…¿coincidencia? ¡Qué sé yo!  Me maquillo. 

Paso a la cocina por un té verde. Le doy de comer a Coco… Y voy por las llaves… ¡Qué rabia, no están en su lugar!... retrocedo, voy al armario... Meto las manos en el bolsillo del abrigo que llevaba ayer, y ahí están. 

Salgo disparada... Subo al caro, me veo en el espejo, no tengo mala cara, por suerte, no me veo como me siento.

Llego al trabajo, me siento al escritorio, y miro el calendario... ahí está la respuesta a mi melancolía.

lunes, 11 de octubre de 2010

¿Zapatos y pareja a la medida?

Creo haber encontrado similitudes entre el proceso de comprar zapatos y el de elegir pareja. Me explico. A veces, emito juicios equivocados por creer estar ante un zapato u hombre hecho a mi medida.  Ya se imaginaran que al llegar a casa descubro que ambas "compras" no eran tan cortados a mi medida como había supuesto. Al querer salir con ellos a dar una caminata, en ocasiones, he sentido llevar unos zapados que no eran mi número.

No logro entender por qué el zapato no se siente ni se ve igual. Por ejemplo, el sábado fui a comprar unos tenis que me hacían falta. Ya en una zapatería  tropecé con un par que a primera vista parecían ser lo que buscaba. Me los puse y me quedaron bien. Me gustaban, pero a pesar de  gustarme y quedarme bien, había algo en estos tenis que no podía obviar: tenían  una línea rosada al rededor de la suela que a mí me fastidiaba muchísimo.

Me gasté no se cuánto tiempo analizándolos, midiéndomelos y tratando de convencerme de que eran lo tenis que buscaba -a pesar de la línea rosada. Me decía: "el diseño es precioso,  poco común, te quedan bien, cómpralos ya." Pero dentro de mí, una voz que no podía, ahogar me gritaba que no los comprara, que no eran para mí. Insistía: "si tan sólo no tuvieran esa línea rosada serían perfectos para mí."

Unos minutos después,  comprendí que esa línea rosada era parte integral de su diseño, y de su composición, me gustara o no.  Me pregunté entonces, ¿te gustan tanto como para aceptar la línea rosada? Desde hacía mucho rato sabía que no... pero quería que la compra se materializara, a pesar de la línea rosada que tanto me disgustaba.  Al pasar el tiempo fue cada vez más evidente que esa línea rosada, mis necesidades y mis gustos eran irreconciliables.  Acepté que estaba ante un abismo insalvable, y desistí.

Un poco desilusionada por el fracaso anterior, seguí buscando los tenis que necesitaba, pero sin el entusiasmo inicial. De pronto, no muy lejos de mis antiguos favoritos, había otro par de tenis, que a simple vista tenían poco que ofrecer. No eran llamativos como los anteriores, no tenían nada extraordinario, eran de color oscuro. Su presencia no suscitó en mí la sensación de estar ante un par de zapatos fenomenales, porque simplemente eran comunes y corrientes. Eran bonitos, de un color que uso con frecuencia,  y más importante aún, eran mi número.

Los bajé del tramo, los miré, me los puse y di unos pasos con ellos. No encontré ni línea rosada ni ninguna otra característica suya que me repulsara. Sin hacer ningún esfuerzo supe que esos zapatos eran los que yo necesitaba, a pesar de no ser los que quise originalmente. Me los llevé a casa, y me sentía segura de haber elegido bien. La ausencia de una línea rosada o cualquier otra característica que me irritara, lo corroboraba.

Es cierto que estos tenis no eran tan llamativos como los anteriores. Sin embargo, eran los tenis que yo quería sólo que los había encontrado en un color distinto y con cordones satinados. Al mirármelos y sentírmelos en los pies no me molestaba absolutamente nada. . Era obvio que los cordones satinados y su color gris eran características no deseadas con las que yo podía lidiar. Estoy feliz con mis nuevos zapatos por éstos si están hechos a mi medida...

jueves, 7 de octubre de 2010

Puentes

Para los que ven los adolescentes españoles llegar al colegio cada septiembre e integrarse a sus actividades sin el mayor inconveniente, pareciera que éstos nos han caídos del cielo. Pocos se imaginan la cantidad de tiempo que invierto en la organización de ese programa que tanto quiero.

Existen múltiples razones por las que organizo este maravillo intercambio. Una de ellas es mi anhelo de  mostrarles a mis estudiantes través de una mínima rendija un mundo más allá de su entorno o del balneario donde estuvieron en las ultimas vacaciones. Es mi pequeñísima contribución para fomentar fronteras más permeables entre países cuyos habitantes sean ciudadanos del mundo.

El precio que debo pagar para organizar y poner en marcha el programa es alto, pero la recompensa lo vale. Ojalá más escuelas pudieran participar de este tipo de experiencia. Es lamentable que niños de escasos recursos no tengan este tipo de oportunidades. En lo personal, estaría dispuesta a donar mi tiempo y experiencia a personas interesadas en crear este tipo de programas.

Mi mundo gira a mil revoluciones por horas cuando hago este intercambio. Extraño mi tiempo libre, escribir, ver películas, pensar. Es mucho trabajo, sí, pero me siento retribuida cuando los estudiantes vuelven para decirme lo importante que ha sido esta experiencia en su vida.

Mis pequeñines estarán aquí hasta el dieciocho de octubre y nosotros iremos a España en febrero. Cuando se vayan, volveré a un volumen de trabajo normal, aunque por supuesto, será sólo hasta el próximo septiembre cuando se inicie otro ciclo.

lunes, 4 de octubre de 2010

Vuelva usted mañana

Los habitantes de esta ciudad tienen fama de groseros y antipáticos... Mi experiencia de hoy refuta esa idea, por lo menos, en lo que respecta al dependiente de la gasolinera a la que fui.

Esta mañana olvidé mi monedero en casa. Salí sin los papeles del carro, sin licencia de conducir, sin dinero, sin nada. Al salir del colegio me percaté de que debía poner gasolina... se encendió esa lucecita ámbar en el tablero que se encarga de recordármelo, cuando estoy muy ocupada para prestar atención al tanque de gasolina.

Abrí la cartera en busca del monedero... y sorpresa... no estaba por ningún lado.  A tientas, tropecé  con siete dólares que habían quedado olvidados en  un bolsillo...  Me decidí a comprarlos de gasolina para poder volver a casa... Sentí miedo.

El dependiente se acercó a ayudarme. Le pedí la gran suma de siete dolares de gasolina... Entonces, percibí un porqué en el fondo de sus ojos al tiempo que me  escuchaba...Tal vez, porque suelo llenar el tanque de gasolina una vez a la semana en esa misma gasolinera.

Le expliqué, más o menos, mi situación. Me sentía un poco rara ¿en verdad, me estaba esto pasando a mí?  Me sentí como una tonta, una irresponsable... El dependiente me ofreció llenar el tanque, y que volviera a pagar mañana, ¿acaso era posible recibir tan generosa oferta en  Nueva York? Agradecida, acepté.

El señor llenó el tanque, y al terminar me dio una factura con el saldo a pagar, $36.00.  Me sentía totalmente abrumada por  el agradecimiento y la bondad de aquel desconocido... Salía con el tanque lleno,  y sin haber pagado. Era increíble....

Arranqué el motor, e iba a salir cuando vi el dependiente acercarse a mí. Volví a bajar el cristal de la ventanilla para escucharlo. Me sonrió, me extendió la mano, me devolvió los siete dólares, "vuelva usted mañana cuando sea un mejor día.".

domingo, 3 de octubre de 2010

Ya terminó septiembre

He estado desaparecida de este planeta. Las razones son variadas y complejas como la vida misma. Lo resumiré diciendo que septiembre fue un mes intenso. Lo viví justo en los extremos: un fin de semana idílico en Martha's Vineyard, un inesperado encuentro,  una difícil e inesperada convivencia con mi madre tras una fractura que terminó en cirugía..., y un viaje relámpago a la República Dominicana por cuestiones familiares.

Septiembre me ha dejado exhausta, confundida y un tanto desilusionada. Recibo octubre con entusiasmo y anhelando un cierto aire de normalidad. Ahora que septiembre se ha ido para siempre, prefiero quedarme con los bonitos recuerdos que construí a pesar del caos. Comparto con ustedes la foto de arriba, tomada en mi viaje a Martha's Vineyard, y que capta un momento en que fui feliz.