jueves, 14 de noviembre de 2013

Inexistencia

Me gusta llegar a casa y adentrarme en su silencio, a veces acogedor, otras aplastante. Es mi reino de paz. Sin embargo, hay días en que quisiera un poco de guerra.

Esa soleadad que suele ser un exquisto placer, a veces me abruma. Y, entonces cambiaría su libertad salvadora por unas caricias, unas palabras, o hasta una riña...

Me canso de que todo empiece y termine conmigo, de saber que al tirar la puerta se clausura el mundo exterior, y que nadie ha de venir...

Al llegar a casa quisiera no encontrar las cosas suspendidas en el tiempo, rabiar un poco porque mis papeles no están donde los dejé, o porque hay ropa tirada en el piso...

O talv vez, lo que anhelo es un cómplice que entienda, por ejemplo, la tragedia que supondría amanecer sin el café que olvidé comprar, y presuroso iniciara un plan de contingencia.

Pero siempre que vuelvo, todo está intacto: mis papeles en el escritorio, no hay ropa esparciada en el piso, ni nadie con quien reñir. Y, el café que olvidé traer, deberá esperar hasta mañana como tantas otras veces...

No hay nadie detrás de la puerta. Nadie me espera, ni me extraña, y ésa es la más grande de las soledades. 

2 comentarios:

  1. Tienes quienes te extrañamos, pero no tenemos el privilegio de compartir un espacio contigo.

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  2. @anónimo, gracias por léerme. Eso es también una forma de compañí. ¡Qué pases buen domingo!

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